Las 9 pasiones capitales en el Deporte (I) LA IRA
- Félix Carnero
- 19 oct 2015
- 4 Min. de lectura
La ira es una emoción que puede variar en intensidad, desde una leve irritación a una intensa furia. Cuando la furia es extrema, va acompañada de cambios fisiológicos y biológicos, como el aumento de la frecuencia cardiaca y la presión arterial; así como una elevación de los niveles hormonales de energía, los niveles de adrenalina y noradrenalina. Se presenta cuando un mecanismo se ve bloqueado en la consecución de una meta o en la satisfacción de una necesidad.
Desde el punto de vista de la caracterización de la IRA, todos conocemos deportistas o entrenadores justos, dignos, esforzados y amigos de decirnos lo que debemos hacer, bajo el disfraz de la sugerencia o del consejo que, de alguna manera, nos hacen sentir culpables o, cuando menos, niños regañados o alumnos imperfectos. Corresponden al tipo de persona justiciera, cuyos correctísimos modales ocultan una ira contenida por el tabú de la violencia. Su arma más utilizada: la crítica hacia los demás y, a veces, la autocrítica. En cualquier caso, el otro siempre queda en posición de inferioridad, por no alcanzar el modelo de perfección ideal.

En su infancia solían ser niños o niñas buenas, que se tragaban su rebeldía y, ajustándose a las normas, conseguían ser modelos para los demás. Una manera como otra de conseguir amor y aprobación, pero a cambio de un precio altísimo: traicionar su espontaneidad y su anhelo de disfrute de la vida. Para poder vivir en ese entorno, debieron construirse un falso mundo ideal y perfecto al que ajustar todos sus pensamientos, sentimientos y acciones.
A medida que crecían se iban dando cuenta de que el mundo no era como les habían dicho, como ellos se lo habían pintado; empezaron a acumular resentimiento, oculto muchas veces bajo el apego a las reglas y al orden, el predominio del deber sobre el placer, la inflexibilidad moral y un alto concepto de sí mismas, casi siempre en contradicción con su afán de perfección.
La distorsión cognitiva del iracundo es que la Realidad nunca se acerca al ideal de realidad que ha formado en su mente, que desea para sí y para los demás, porque toma la parte -sus deseos- por el Todo, la Realidad tal cual Es.

Podemos distinguir tres tipos de personajes iracundos:
Los perfeccionistas que sufren y hacen sufrir a los demás intentando que todo lo que hacen sea perfecto, obsesivos por el orden e incapaces de delegar tareas, porque nadie las hace tan bien como ellos.
Los perfeccionadores que nunca están satisfechos con lo que hacen: el pase podría haber sido más exacto, las zapatillas deberían ser más flexibles, los vestuarios podrían estar más limpios; el problema es que esa insatisfacción de no dar nunca la talla de su ideal la transfieren a las personas con las que trabajan o conviven: todo lo que éstas hacen, siempre lo podrían haber hecho un poco mejor con solo un poquito más de esfuerzo y mejor voluntad.
Los perfectos: ellos lo hacen todo mejor; su mecanismo preferido es la proyección: el mundo iría mejor si todos pensasen y actuasen como ellos. La causa de su infelicidad son los demás o, el infierno son los otros. En lugar de responsabilizarse de sus deseos -"yo quiero"-, simplemente afirman: "tú debes”.
Les encantaría ser juez, fiscal, inspector de Hacienda, maestro y, en otros tiempos, estaría muy a gusto en la piel de un inquisidor o de un cruzado. Socialmente, podría ser ejemplificado por el carácter anglosajón victoriano del siglo pasado, encorsetado en rígidas normas legales y sociales, autocomplaciente, menospreciador de las culturas ajenas, impulsado a salvarlas de su "ignorancia" y "salvajismo".
Un personaje de película que representa muy bien este tipo de carácter sería el padre de los niños que tiene que cuidar Mary Poppins, siempre apegado a su reloj, sus horarios y sus normas perfectas e inflexibles, su orden impecable: la costumbre inmemorial y los sólidos principios éticos y sociales convertidos en ley irrevocable. En la única realidad.
En definitiva, han olvidado sus verdaderos impulsos y deseos en aras de hacer lo correcto, que es la medida de su autoimagen, lo que les da valor a sus propios ojos.
El placer por el placer es tan tabú como la manifestación de la ira. Si la ira es manifestada, tal vez habría que tomarlo, según los casos y las circunstancias, como un paso hacia la sanación. Es por esto que es raro ver a muchos deportistas normalmente iracundos en terapia: ello significaría reconocer que algo va mal o que ellas mismas no son capaces de solucionarlo haciendo los ajustes necesarios y, sobre todo, correr el riesgo de perder el control de sí mismas al que se han aferrado como forma de no verse sobrepasados por su pasión no reconocida: la ira. Cambiar de pautas de conducta significaría replantearse la imagen del mundo y de sí mismas que tan esforzadamente han elaborado día tras día, cada uno de los años de su vida.

La manera de evolucionar en el carácter de un deportista iracundo sería ser más goloso y hedonista, cambiar las múltiples responsabilidades que se autoimponen por prioridades reales y realistas; cuestionarse sus normas internas; aceptar que "lo mejor es enemigo de lo bueno"; abrirse al sistema de valores de otras personas; escuchar y atender sus auténticos impulsos de placer; diferenciar entre el "debería" y lo realmente deseable; atender a lo central y olvidarse de lo periférico, de los detalles "imperfectos"; pero, sobre todo,
ENTREGARSE A LA REALIDAD, TAL CUAL ES, AQUÍ Y AHORA, Y ABRIRSE A LA VIDA COMO ÉXTASIS Y NO COMO TAREA.
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